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Un héroe que nunca fue

  • 10 may 2016
  • 2 Min. de lectura

Casas muertas representa la segunda novela escrita por el venezolano Miguel Otero Silva y que fue publicada en el año 1955, en ella se habla básicamente de la muerte de un pueblo, en este caso Ortiz en el Edo. Guárico, por distintas razones: migración de los habitantes a las ciudades que estaban naciendo por el boom del petróleo, la situación política que enfrentaban con Gómez y la fiebre que azotó la región junto con el paludismo que desató una mortandad colosal.


Debo confesar que ésta fue mi primera novela, leída cuando tenía unos 10 años de edad y que me introdujo al maravilloso mundo de la literatura venezolana (una de mis favoritas) y literatura en general. Por ello le guardo gran cariño y la recomiendo siempre, tanto así que años después tuve que viajar a Ortiz porque quería rememorar esa época de Carmen Rosa, sus amores, sus vivencias, los personajes que perecieron por el paludismo y los jóvenes presos políticos que trabajaban en la carretera de Palenque. También tengo que decir que durante mi visita a este pueblo de los Llanos Centrales anhelaba encontrarme con Carmen Rosa (literalmente) y que de esta historia se deriva mi temor a los zancudos.


Miguel Otero plasmó acá la caída del hombre y de todo lo que construye, desde la primera página de la historia se puede notar con facilidad la intensidad emocional que amella en todas sus líneas, oraciones y párrafos.


Todo comienza por el final, con la muerte de Sebastián (novio de Carmen Rosa) a quien se le va agarrando especial cariño con el transcurrir de las líneas, un joven simpático que vive en Parapara y viaja todos los domingos para ver a su novia, gallero, buen mozo y un héroe que según la narración podría levantar nuevamente a Ortiz, pero es aquí cuando las lágrimas comienzan a brotar del lector al percatarse (por su muerte prematura) que nunca llegará a ser el héroe prometido y que el pueblo entero está destinado al abandono.


Carmen Rosa por su parte se empeña en reconstruir el lugar atiborrado de casas derruidas y abandonadas por sus dueños en medio del inclemente sol llanero, evocando los cuentos de los ancianos cuando el lugar era llamado “La Rosa de Los Llanos”, aunque Ortiz estaba en ruinas consumido por la fiebre, la muerte y el gamelote del cementerio.


Un clásico venezolano en donde Ortiz, a diferencia de Macondo y Comala, tiene una ubicación real en el mapa, pero que comparte con éstos un destino de muerte, peste y olvido. Sin lugar a dudas, una novela que todos los jóvenes deben leer y que personalmente recuerdo con el pasar del tiempo como la obra que me abrió los ojos al mágico universo de la literatura.


Frase épica de la novela: “Una casa muerta, entre mil casas muertas, mascullando el mensaje desesperado de una época desaparecida”.

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