
No habrá nadie que los salve
Nuestro país se desmorona, nuestros jóvenes mueren en el campo de batalla, nuestros viejos agonizan mientras ven a sus hijos sufrir. Nuestros niños entienden y nos miran, entienden y preguntan, entienden, pero a veces callan porque saben que tenemos miedo de contarles la verdad.
Las madres de los jóvenes se levantan tempranito, van directo a la cocina, saben que allá afuera hay una guerra y que sus hijos son valientes y quieren ir a luchar.
Una de ellas prepara lo que tiene, lo que puede; una arepita sería ideal, pero al revisar se da cuenta de que no hay harina PAN. No importa, si tampoco hay canilla, preparará un platanito y un cafecito y mientras su hijo come, ella reza, reza calladita dejando caer delicadas lágrimas por sus ojos entristecidos, llenos de ojeras, ojeras de trasnochos, ojeras de preocupación, ojeras de dolor.
La pancarta ya está lista, la bandera dobladita, el muchacho se voltea y se despide de su madre, ella lo abraza fuerte y le dice: "Dios te bendiga hijo" a lo que él responde: "Bendición mamá".
Se debe quedar en casa, ella quisiera salir, acompañar a su muchacho, si algo malo ocurre afuera, puede convertirse en leona y luchar por su "pequeño". Pero en casa hay dos pequeños, dos pequeños de verdad, ella tiene que cuidarlos, no los puede abandonar.
El muchacho está en la calle, grita y pide "Libertad!!!", son muchísimos los que lo apoyan, todos con un mismo ideal.
Mira a su alrededor, lo que ve lo llena de fuerza, hay un mar de gente bella caminando, marchando, luchando por Venezuela.
En una casa distinta, hay una madre también, su hijo también es joven, pero está con los GNB.
No lo ha visto en varios días, pero ya ha hablado con él y sabe que en el cuartel, todo va marchando bien. Ella lo escucha y llora, le dice lo que ha escuchado, pregunta con voz muy baja: "Tú también los has matado?" Él le dice : "Tranquila que yo no he hecho nada malo, sólo estoy siguiendo órdenes, no te preocupes mamá". Ella llora sin parar, bendice a su hijo amado y con la cruz en la mano le pide a Dios en un llanto ahogado: "Señor, cúbrelo con tu manto".
Ese joven ya está listo, armado hasta los talones, con bombas y perdigones, con motos y con bribones.
Los otros están allá, con sus banderas y pitos, con sus consignas y gritos, con dignidad y llenitos de amigos.
La calle ya está caliente, las consignas se oyen fuertes, en todas partes escuchan el clamor de los que luchan. Pero hay un lugar sombrío, ahí se tapan los oídos, ellos se hacen los sordos y ponen todo su empeño por opacar el deseo de libertad que tenemos.
Mientras los guardias reprimen, allá ellos se ríen, levantan todo el volumen de las canciones festivas que sin vergüenza interpretan los que aún no se han dado cuenta de que viven en la miseria.
Los grandes, los de poder, bailan y se divierten, dicen que todo está bien, tratando de no mostrar el miedo que los invade, porque ellos saben muy bien que no habrá nadie que los salve.
Rafaela Alfonzo
@rafaelaescribe